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domingo, 19 de marzo de 2017

Hacerse querer, de Lavyrle Spencer

PUEDE CONTENER SPOILERS

Anna de diecisiete años y James de trece, siempre han estado muy unidos. Provienen de Boston, de una vida mísera y sin expectativas. Sin padre conocido, su madre se dedica a la prostitución y presta poca importancia a los niños. Los considera un estorbo y cada vez que tiene un cliente, los dos hermanos tienen que salir a las calles de la ciudad a dejar pasar el tiempo. Cuando la madre muere, James y Anna están más desamparados que nunca. Por tanto, cuando James ve un anuncio en el periódico que dice: Se solicita una esposa de 25 años, que sepa cocinar y que no le sea ajena la vida en el campo, el cielo parece que se abre. El problema es que Anna no cumple con ninguno de los requisitos. Por no saber, no sabe ni leer ni escribir y es su hermano James, dirigido por Anna, el que empieza a cartearse con el desconocido. Anna no miente en su apariencia: Irlandesa de pelo cobrizo (o rubio del color del whisky como le gusta a Karl imaginar) y ojos marrones. Cuando llega el momento de dejar Boston, Karl -que no conoce la existencia de James- manda dinero para el pasaje de Anna. A la desesperada Anna, que no piensa dejar atrás a su hermano, acaba vendiéndose en una ocasión a uno de los "amigos" de su madre.

Sólo la gran maestra que es LaVyrle Spencer podía crear un personaje masculino como el protagonista de esta novela. Karl, que es todo entusiasmo y sabiduría, es un emigrante sueco rubio y grandote, que con veinticinco años y más solo que la una, está decidido a labrarse un porvenir en América. No hay arte que se le resista (bueno quizá la anchura de miras, pero en el siglo XIX en Minnesota, digamos que es lo que toca). Es leñador y además domina la carpintería, sus conocimientos sobre animales y plantas es de experto -pero sin jactarse- y tampoco se le resiste la cocina. Karl, hace bien todo lo que se propone pero no resulta Don Perfecto. Es una persona que actúa con naturalidad y acoge a Anna y a su hermano, como si fueran parte de su familia nada más conocerlos. Y eso que la primera impresión que recibe de la moral de Anna no es muy alentadora. Karl se encuentra que debe de mantener una boca más y que su matrimonio empieza con tres. A Karl, Anna le parece físicamente muy atractiva pero cuando empiezan las preguntas y se van descubriendo las mentiras se lleva más de un sofocón. Unas mentiras, que por otra parte, estaban más que justificadas porque la disyuntiva era mentir -y casarse con un colono- o morir de hambre.

Tras el período de adaptación, James encuentra un padre en Karl y Karl un hijo. No hay niño más dispuesto que James. Hace todo lo que puede por ser útil y obedece sin rechistar. Sabe ser discreto y quitarse de en medio cuando amenaza tormenta "entre los mayores". Le encuentro un personaje adorable, todo piernas y brazos, flacucho como como un junco, con su cara pecosa siempre sonriente buscando la aprobación de su hermana y cuñado. La gran LaVyrle debió encontrar la vida que llevaba tan solitaria, que con su varita mágica, casi al final del libro, le buscó una amiga. Mató de esta forma dos pájaros de un tiro, porque también colmó las ansias de Karl por tener vecinos (una gran familia de suecos, encantadores y habilidosos que contagian su alegría allá por donde van y que han llegado a establecerse en esta tierra). Aunque no todos están tan contentos con su llegada porque Anna, que no se lleva tan bien con su marido como quisiera, empieza a sentir celillos (y aquí me planto para que lo descubráis vosotras).

Anna hace lo imposible por adaptarse y eso que tiene muchas limitaciones. Tan pronto, quiere ponerse dos trenzas enrolladas sobre la cabeza para parecer una buena chica sueca como que está metida bajo la chimenea, de su casita de adobe, intentando cocinar algo que se pueda comer. Anna es un espíritu libre, que se siente mejor en el exterior ayudando con los troncos que tala Karl que con las tareas domésticas. Aun así es una chica muy dulce, que no quita, que le salga de vez en cuando ese temible temperamento que dicen que tienen los irlandeses. La última de las mentiras que descubre Karl, el tema de su virginidad, amenaza con arruinar su matrimonio. La antigua camaradería que disfrutaban se hace añicos y cuando deberían estar más juntos, están más separados. Su tristeza es palpable pero también lo es la de Karl. Y la verdad es que la he sentido tan cerca, que he acabado por zambullirme en su relación y casi podía oír los consejos que les hubiera dado si los tuviera delante.

La ambientación es una maravilla. Está claro que la señora Spencer lleva Minnesota en la sangre. Si a esto le unes, su talento como escritora, hueles la madera que corta Karl, los bollos que quema Anna, el pan recién hecho en el horno de barro o el oso que se aproxima a la casa del manantial.

En fin, yo me pregunto: ¿Qué tendrá esta escritora que empiezas a hacer un comentario sobre un libro y acabas escribiendo una crítica? Desde luego, es algo más que magia, es algo único. Hacerse querer me ha parecido un novelón y mi valoración es: Excelente

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